Históricamente, todas las civilizaciones han tenido que pagar alguna clase de tributo para costear determinadas necesidades colectivas. Sanidad, educación e infraestructuras, son algunos de los bienes y servicios que se cubren con dinero público, así como los gastos derivados de la propia actividad de los gobiernos.
Los impuestos, según la Agencia Tributaria, son “prestaciones dinerarias que el ciudadano tiene que pagar al Estado… para sufragar las necesidades colectivas”.
Se dividen en dos grupos:
- Directos: los que gravan la riqueza de una persona, como su renta o patrimonio (P. ej. el IRPF).
- Indirectos: los que gravan cómo se emplea esa riqueza, por ejemplo, los impuestos al consumo (el IVA) o a la transmisión de bienes.
Existen grabados en arcilla con referencias a los recaudares de impuestos en Sumeria, hace más de 6.000 años.
En las sociedades primigenias, los tributos estaban destinados únicamente a costear los ritos ceremoniales. Evidentemente, con el paso del tiempo estas aportaciones se han ido redistribuyendo.
Hoy, en Tu Futuro Próximo, nos remontamos al pasado para conocer la historia de los impuestos.
Antiguo Egipto
3.000 años a.C., en el delta del Nilo, aparece el primer sistema fiscal sofisticado de la humanidad. La fertilidad de las tierras que lo rodeaban sustentaba la economía del Antiguo Egipto y gracias a los tributos que pagaban los campesinos, los faraones financiaban los abultados gastos de su corte.
Los escribas, encargados de la recaudación anual de los impuestos, constituían un numeroso y eficiente funcionariado al servicio del faraón.
Al carecer de un sistema monetario, se pagaba con excedentes de producto y ganado. La tierra era propiedad del estado y de su arrendamiento se llevaba un 20% de la producción. La cerveza y el aceite para cocinar también estaban duramente gravados.
El trabajo físico era otra manera de tributar en Egipto, imprescindible en la construcción de las grandes pirámides.
Grecia
Los ciudadanos de la Antigua Grecia tenían un sentido del deber público y una visión ética de los impuestos que los llevó a desarrollar un sistema fiscal progresivo, en el que los más ricos pagaban una parte mayor. Contribuían de buen grado mediante la llamada Liturgia o aportación voluntaria al estado, cuya cuantía suponía, además, una cuestión de prestigio y honor.
La acuñación de moneda a partir del año 500 a.C., supuso un gran cambio en la economía, potenció el crecimiento del comercio y con ello la recaudación en forma de dinero.
Las liturgias de los ciudadanos más ricos y los impuestos al comercio (no olvidemos que Atenas era un gran centro de negocios), constituían la mayor fuente de ingresos a las arcas públicas griegas.
Roma
El carácter conquistador de Roma marcó su política tributaria. Las legiones romanas se costeaban gracias al arrendamiento de las tierras conquistadas y los tributos que pagaban los vencidos.
Los ciudadanos romanos gozaban de algunas exenciones, recayendo la mayor parte de la carga impositiva en los habitantes de las Provincias. Éstos pagaban a Roma por el alquiler de tierras (Ager Publicus), derechos de aduana (Portoria), por la liberación o venta de esclavos, así como por el traslado del grano.
La recaudación anual era vendida a ricos banqueros que adelantaban su totalidad al estado encargándose después, con más o menos éxito, del cobro a cada contribuyente.
Edad Media
Durante el medievo la economía vuelve a basarse en el campo y el sistema impositivo retrocede.
En el siglo VIII apareció el vasallaje, vínculo que unía al vasallo con su señor, donde el primero pagaba tributos al segundo a cambio del uso de sus tierras y protección.
Pocas cosas se escapaban del fisco en esa época: trasladar animales, sembrar, regar, usar el molino, la fragua, pasar por un puente e incluso, encender la chimenea.
La lista de peajes e impuestos indirectos era interminable y siempre en función de las necesidades de financiación del “señor”, que podía ser un noble, un eclesiástico o el mismo rey.
Las Cortes
Sometido a una gran presión fiscal, el pueblo se alzaba en continuas revueltas hasta que el poder de los reyes se vio limitado en las Cortes reunidas en León (1188) y en la Carta Magna de Inglaterra (1215), donde se proclamó el principio de que el impuesto ha de ser consentido por quien tiene que pagarlo.
Desde entonces, los reyes se vieron obligados a pactar con las Cortes tanto la recaudación como los gastos anuales que podían realizar.
Aquí encontramos el origen del Presupuesto Público, como resultado de los acuerdos entre los gobernantes y las Cortes.
Las Monarquías absolutas
Poco a poco, los señores feudales se abocaron a la autoridad de los reyes apareciendo grandes naciones sometidas a la soberanía absoluta de un monarca.
Para sustentar estos grandes estados, se reorganizó toda la Administración pública. Los impuestos directos resultaban insuficientes y, aprovechando el aumento de las actividades artesanales y comerciales, se establecieron numerosos impuestos al consumo de bienes de primera necesidad.
El Parlamento
Como ciudadanos, participamos en las funciones del gobierno desde el momento en el que se aprueba por mayoría una Constitución y elegimos democráticamente a nuestros representantes en el Parlamento.
Hoy, tanto los ingresos como los gastos públicos están regulados por las leyes tributarias y presupuestarias, y sometidos a la aprobación de las Cortes. Además, la Administración pública tiene controlada su actividad en pro de respetar los derechos de los contribuyentes.
Como ves, los impuestos representan una de las mayores fuentes de financiación para un estado, juegan un papel muy relevante en la economía y son reflejo de los usos y costumbres de cada época.
Ciudadanos de otros tiempos tributaban por cosas que hoy parecen ridículas, como el impuesto a la soltería (época romana), el de la barba (siglo XVII, Rusia), o el impuesto sobre los sombreros (siglo XVI, Inglaterra).
Actualmente están gravadas las bebidas azucaradas, el plástico, las emisiones de gases contaminantes o el uso de servicios digitales.
¿Y en un futuro? ¿Te imaginas qué tipo de impuestos necesitará el mundo?