Tendemos a pensar que nuestro entorno, lo que somos, nuestra forma de actuar y de relacionarnos, nuestro sistema social y económico y, en definitiva, todo lo que nos rodea, es y ha sido siempre así y que así será por siempre jamás. Pero si nos paramos a observar, notaremos que todo está en constante cambio.
Esto implica que no sabemos cómo será el futuro y que, en el pasado, hubo realidades diferentes. Existieron otras formas de vida y también hubo otros modelos económicos. No siempre y no todo el mundo vivió una economía de mercado como la que predomina actualmente en gran parte del planeta y que nos parece, a primera vista, la única posible.
En efecto, el predominio aplastante de nuestro modelo económico ha eclipsado cualquier alternativa y hace olvidar otros sistemas que tuvieron importancia en el pasado y a los que merece la pena echar un vistazo. Veamos algunos de los sistemas que rigieron la vida de las sociedades en otras épocas.
Otros sistemas económicos
Los sistemas económicos, que en buena medida rigen las sociedades, se pueden clasificar según distintos criterios y, además, suelen combinarse y matizarse a medida que se van adaptando a las necesidades cambiantes y según se van corrigiendo errores y deficiencias.
Entre los criterios para clasificar los sistemas económicos, se suele tener en cuenta quiénes toman las decisiones, cuáles son los objetivos del modelo y qué grado de libertad se deja a los ciudadanos. Según estos criterios la economía puede ser tradicional, autoritaria o de mercado y las respectivas combinaciones de estas, como podemos leer en la web de Economipedia.
Pero si nos remontamos al pasado lejano, los límites de las definiciones empiezan a fundirse con el estilo de vida de cada época y lugar y se hacen necesarias otras clasificaciones. En los sistemas agrarios los contactos económicos consistían en intercambios de excedentes de las familias o tribus y en muchos casos la producción dependía de los esclavos.
Otro sistema que se impuso durante siglos en Europa fue el feudalismo y su base era el aporte de cada familia (diezmo) al señor feudal a cambio de protección militar. La coincidencia de varios factores como el crecimiento de las ciudades, la aparición de la burguesía, un creciente descontento social, los estragos de la peste negra y la aparición de los intereses en los préstamos generaron las condiciones óptimas para un cambio de modelo. Así, y con el impulso de la primera revolución industrial, nace el capitalismo; el sistema que, de momento se impone, con matices locales, en casi todo el mundo.
Comunismo, capitalismo y ¿después?
La última gran alternativa a nuestro sistema de mercado fue el comunismo que, aunque hoy parezca extraño, se impuso durante más de medio siglo en gran parte del mundo y parecía seguir expandiéndose sin fin. Este modelo hizo frente al capitalismo primando el bien común por encima de las libertades individuales, otorgando al estado la propiedad de los medios de producción y limitando o eliminando la propiedad privada.
Bajo este modelo la Unión Soviética se convirtió en una gran potencia durante décadas, China sentó las bases de su actual protagonismo en la economía mundial y, con más o menos fallos y duración, también se vivieron experiencias locales y regionales que tenían en común el intervencionismo del estado a cambio de garantizar (al menos en teoría) la cobertura de las necesidades básicas.
Y así llegamos a nuestros días, en que la producción ha excedido todos los limites previstos y amenaza con colapsar tanto la disponibilidad de recursos naturales como la capacidad del planeta de asimilar los residuos de semejante producción. Afortunadamente, aunque no esté claro que lleguemos a tiempo, comienzan a manejarse criterios que, dentro del marco de nuestro sistema de mercado, limiten la productividad desenfrenada, los daños al medio ambiente y las consecuencias sociales de la desigualdad extrema.
Probablemente no se vuelvan a limitar los derechos individuales como se intentó en el pasado, pero, para que el planeta pueda soportar y perdurar, será necesario un modelo económico (que ya inevitablemente será global) que contemple el cuidado del medio ambiente y el bienestar general por encima de la libertad individual.
Indicadores como el NBI que muestra las Necesidades Básicas Insatisfechas, el ISR o Inversión Socialmente Responsable que muestra los criterios éticos y de sostenibilidad que tiene cada empresa y la nueva tendencia a agruparnos en cooperativas de consumo abren una puerta a la esperanza de que, en un futuro cercano, seamos capaces de ver más allá de la rentabilidad o proyección de un valor en la bolsa.
En su ponencia del 21/9/2021 el Secretario General de las Naciones Unidas encendió todas las alarmas y cuestionó nuestro actual modelo económico al denunciar que “Nos enfrentamos a la mayor cascada de crisis de nuestra vida. La pandemia del COVID-19 ha sobredimensionado las flagrantes desigualdades.” Pero abrió las puertas a la esperanza al declarar que “Ahora es el momento de inspirar esperanza. Los problemas que hemos creado son problemas que podemos resolver. La humanidad ha demostrado que somos capaces de grandes cosas cuando trabajamos juntos”.
El modelo económico que impere en el mundo en los próximos años debería resolver las desigualdades extremas y el deterioro del medioambiente. Es hora de invertir los factores y, por una vez, poner al sistema económico al servicio de la humanidad y del planeta.